9 de noviembre de 2008

Me encantaría que fueras sólo una parte de mí. Sería ideal recordarte sólo un par de veces por día. Sería perfecto que no me miraras como lo hacés, porque me conocés, sabes de mis debilidades y no te permitís dejarlas pasar. Aprovechás cada palabra, cada oportunidad frente a mí, para mostrarte y seguir lastimando. Y te sale. Creéme que si. Es tan fácil distinguirte ahora, estoy segura de que antes me hubiera costado diferenciar tus actitudes y tus gestos. Pero, ¡gracias a Dios!, (o bien a la cantidad de veces que caí tratándose de vos), ya conozco tus pretenciones. Ya se lo que te gusta y sé lo que buscas. Lamentablemente (lamentarlo es relativo), no lo vas a encontar en mí. Ya no. Porque cuando lo tuve todo, te encargaste de despreciarlo y reírte de lo que ahora te desesperás por conseguir. Y ahora ya no me queda nada. Te llevaste lo mejor de mí, y eso es algo por lo que nunca voy a dejar de castigarme. Pero ahora, ahí estás vos, perdiendo el control. Seguís en mí, y no hace falta que lo aclare, pero lo que sea que quieras ahora, ya no me interesa dártelo.